Andy Weir.
Reseña de: Santiago Gª Soláns.
Nova. Barcelona, 2021. Título original: Project Hail Mary. Traducción: Javier Guerrero Gimeno. Ilustración de cubierta: . 544 páginas.
La tercera novela de Andy Weir, tras la exitosa El marciano y la más discreta Artemisa, vuelve a retomar un personaje en solitario y en circunstancias extremas, pero con una amenaza de una escala mucho, mucho mayor a la de su primera obra. Un viaje contra el tiempo, repleto de suspense y de adversidades. Weir ofrece en esta ocasión una ambiciosa ciencia ficción que roza el hard —algunos dirían que cae de lleno, pero…—, con un toque clásico, un amplio despliegue tecnológico y unas bases científicas y especulativas expuestas con claridad y convicción, lo que hace de su lectura una experiencia verosímil, inmersiva y muy disfrutable. Una lectura que pone en la diana la posición de la humanidad en el universo, y la debilidad y el peligro de, como avisaba Heinlein, poner todos los huevos en una misma cesta ante una posible catástrofe externa que amenace la vida en la Tierra. Toda una odisea espacial que habla de supervivencia en circunstancias extremas —sí, parece una constante en el autor—, de resiliencia, de ingenio, de superación y de la fuerza de la amistad.
Un hombre se despierta desorientado y en muy malas condiciones médicas en una habitación de paredes circulares, cuidado por brazos robóticos y acompañado de los cadáveres momificados de un hombre y una mujer. No sabe dónde está, ni cómo ha llegado allí. Por no saber, no sabe ni su propio nombre. Comienza así una carrera de aprendizaje en la que, mientras va recuperando poco a poco sus recuerdos y conocimientos, tendrá que enfrentar grandes desafíos con una inmensa recompensa si resulta triunfante, y un terrible destino si facasa. Ryland Grace, que así se llama, astrobiólogo reconvertido en profesor de instituto, carga sobre sus hombros el futuro de toda la humanidad y su misión, a pesar de que lleva muchos años en marcha, acaba de empezar. Pero ¿en qué consiste exactamente tal misión, el Proyecto Hail Mary? ¿Y, desconociendo a qué se enfrenta, podrá completarla en solitario?
Es difícil explayarse sobre la novela sin destripar parte de su contenido, sin desvelar la imperiosa razón tras su misión o de hablar de personajes tan sorprendentes como Rocky, cuya presencia cambia radicalmente todo el enfoque de la novela y su posterior desarrollo. Lo cierto es que se trata de una obra que se disfruta mucho más sin conocer demasiado de su argumento de antemano. Una novela que enfrenta el viaje interestelar de forma realista, trufando las páginas de verosímiles —dentro de una especulación muy atrevida, cabría decir— referencias técnicas y científicas, y que aún así resulta muy fácil de leer. Especulaciones que a veces sobrepasan la ciencia, conocimientos y tecnología actuales, pero que el autor se encarga de establecer y de describir de una manera tan profundamente coherente que consigue que funcione. Y Weir pone el foco decididamente en muchos pasajes de la novela en la ciencia y la especulación, convirtiéndolas a veces en auténticas protagonistas del relato, pero, siempre fiel al deber de toda novela con el entretenimiento, su exposición nunca se sobreimpone a la trama aventurera.
Ryland, como el Mark Watney de El marciano, es un hombre lleno de recursos e inventiva, a la altura de un auténtico MacGyver espacial, inteligente, ingenioso, pleno de determinación..., pero con un resquemor interno, cierta desconfianza hacia sí mismo motivada por un hecho en su carrera académica que marca todo su devenir posterior —y que quizá sea una de las premisas, junto a su presencia íntimamente cercana a los órganos de decisión de la crisis, más cuestionables de toda la ecuación—. Y, como Watney, narrando en primera persona y con un optimismo remarcable, quizá es que haya tomado la decisión consciente de dejar fuera de la narración los momentos más oscuros o deprimentes, aunque aún así haya unos cuantos a lo largo de toda su odisea.
Frente al terror de la soledad más extrema se encuentra una firme voluntad de sobrevivir y triunfar en un empeño que de primeras no tiene ni idea de cuál es. Frente al desaliento de los fracasos un decidido propósito de no desfallecer e imponerse a sí mismo la búsqueda frenética de soluciones. Cuando más oscuras parecen ponerse las cosas Weir introduce una pequeña distensión, una nota de humor sencillo y cercano, teñido de cierto sarcasmo en ocasiones, que consigue hacer más llevadera la enorme sucesión de desgracias que caen sobre su protagonista. A lo largo del viaje tendrá tiempo, mucho tiempo conforme sus recuerdos vayan aflorando de nuevo en su mente, para reflexionar sobre el tipo de persona que es, y el resultado del examen quizá no sea demasiado magnánimo. Tal vez no sea el hombre que su subconsciente parece creer que es. A priori nadie hubiera pensado que estaba destinado para la gloria. Pero siempre se puede decidir hacer algo para subsanarlo. Siempre que pueda encontrar un momento de sosiego entre percance y percance, claro.
Weir sabe explotar todo el potencial del recurrente recurso literario del personaje amnésico, entregando al lector los datos necesarios para disfrutar de la plenitud del relato en el orden más indicado para su disfrute. Repartiendo hábilmente la narración del presente con la historia pasada del protagonista y de los eventos que lo han llevado hasta la situación en que se encuentra, su relato está lleno de sorpresas y de giros inesperados. Quizá demasiados giros. Hay un momento, hacia el tercer cuarto de la novela, tras el efecto de las sorpresas y revelaciones, en que la acción se hace un tanto saturante. Son tantas las cosas las que le están sucediendo al protagonista, tal acumulación de «lo que pueda ir mal irá peor» sin darle un momento de tregua, que llega un momento en que la atención en parte se resiente. Están sucediendo cosas en todo momento, tanto en el presente como en el pasado de la narración, revés tras revés, y la suma resulta de alguna forma abrumadora. Pero es una saturación momentánea, porque enseguida Weir sabe reconducir las tramas, dotándolas de nuevas emociones y sorpresas, haciendo que el interés renazca con fuerza. A pesar de su acumulación consigue que no se pueda evitar disfrutar de la concatenación de adversidades, infortunios, riesgos extremos y soluciones ingeniosas en que se ve envuelto el protagonista.
A medio camino entre la ingenuidad y la esperanza, Weir apuesta porque la humanidad, en su hora más oscura, será capaz de unirse y trabajar en una misma dirección, ya que tan solo con la mayor dedicación y voluntad de colaboración podría ponerse en pie la misión. Hará falta mucha coerción, por supuesto, y siempre habrá voces discordantes, pero el autor aboga porque la colaboración siempre trae mejores frutos que el enfrentamiento. Proyecto Hail Mary es una obra emocionalmente intensa, cuya dramática acción produce grandes altibajos anímicos —en el protagonista y en el lector—, pasando de la desesperación a la euforia y de nuevo a la angustia en tan sólo un momento, con unos cuantos mazazos realmente duros y un optimismo vital irresistible. Y con muchas, muchas sorpresas. Una odisea espacial con todo lo que eso supone, desde un método de viaje interestelar relativista coherente y lo que eso conlleva —la situación en tránsito de la tripulación, el problema de la alimentación, la higiene diaria…— a emocionantes EVAs en circunstancias desesperadas, que encierra todo un canto al espíritu humano enfrentado a la inmensidad del cosmos, a sus misterios y a unas amenazas que nadie podía imaginar. Y, al final del todo, cuando llega el emotivo cierre, la novela se desvela como un hermoso himno a la amistad y a la entrega desinteresada. Eso sí, lo siento, pero no hay patatas.
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