Catriona Ward.
Reseña de: Santiago Gª Soláns.
Alianza editorial. Col. Runas. Madrid, 2021. Título original: The Last House on Needless Street. Traducción: Cristina Macía. Diseño de cubierta: Octavi Segarra. 328 páginas.
Una novela difícil de clasificar. Bebe de las mejores fuentes del terror, sin caer en el mismo, para ofrecer una historia de suspense psicológico que encierra dentro de sí un poco de thriller y de novela negra y mucho de introspección. Nunca fue más cierto que aquí aquello de que es mejor no conocer demasiado de la trama de antemano. De hecho, incluso se hace difícil escribir esta reseña, pues para no destripar toda la gracia de la novela es necesario dejar fuera toda mención a ciertos temas, vitales, que son tratados aquí de forma sorpresiva, impactante y muy relevante. Misterio, trauma, crueldad, sadismo, enfermedad, maltrato, culpa, resiliencia, horror, injusticia, potencial desaprovechado, identidad, retribución, lealtad, venganza, esperanza…, son tan solo algunos de los ingredientes que la autora mezcla en un cóctel tan perfecto como doloroso de deglutir.
Ted Bannerman, con una capacidad mental aparentemente dañada, vive casi auto recluido en su casa al final de Needless Street, prisión y santuario a un tiempo, con las ventanas tapiadas y el mínimo contacto social posible después de que once años atrás se viera envuelto como sospechoso en la investigación de la desaparición de una niña pequeña, Lulu, de seis años, que fuera secuestrada en un día de veraneo junto al lago, destrozando a su familia por la culpa y el dolor de no saber su destino. La de Ted es la última casa de la calle, más allá solo hay un bosque que él parece conocer bastante bien, aunque solo sea por lo que allí permanece enterrado. En la actualidad vive dedicado a disfrutar de las visitas de su hija Lauren y del cariño de su gata Olivia, pero el pasado parece decidido a no dejarle tranquilo. Dee, una joven resuelta y enérgica, pero muy vulnerable y torturada por la desaparición de su hermana pequeña años atrás, no ceja en su empeño de descubrir qué pasó en aquella fecha tan aciaga. Y las últimas pistas que ha encontrado podrían conducirle por un camino arriesgado y peligroso.
Sin un narrador omnisciente que conduzca la trama, la novela presenta una estructura narrativa donde pasado y presente se muestran desde distintos tiempos y personas verbales, con diferentes puntos de vista, incluido el muy particular, casi surrealista, de Olivia, la gata —y aquí se hace obligado un inciso para remarcar la estupenda labor de traducción, que transmite a la perfección cada faceta de la obra y sus personajes—. Perspectivas contradictorias, nada fiables en realidad, que van desvelando capa tras capa del misterio, guardándose ciertas cartas para sorprender más tarde. Ward juega de forma harto interesante con las expectativas del lector, guiándole por una maraña de suposiciones y predicciones que inevitablemente se revelan infundadas o desencaminadas ante la terrible verdad. Construye el relato con gran precisión y acierto, dejando pistas —esos cambios de colores en ciertas percepciones, esas supuestas inconsistencias entre narradores, esos objetos recurrentes…— que no engañan, pero confunden, para conducir de forma armónica y muy intrigante a la desgarradora gran revelación final.
Cada personaje tiene su propia voz, su propia personalidad y su propia manera de narrar los sucesos tal y como los recuerda, como cree que fueron. La perspectiva de uno varía sutilmente respecto a la de otra, condicionando la interpretación de los hechos. Ted y Lauren, cada cual a su manera, se expresan de forma casi infantil, más retorcida y atormentada la del hombre, a la manera de quien muestra un intelecto aparentemente dañado, o tan solo diferente, y una punzante inteligencia no obstante, con huecos vacíos en su memoria, tiempo perdido que le mortifica; retorcida y caprichosa la de la niña, atrapada entre el amor y el rechazo, entrando y saliendo de la vida de su padre y con una rabia a flor de piel que estalla en esporádicas rabietas.
La ingenuidad rebosa en los pensamientos de ambos, en su forma de enfrentar un mundo que les asusta, en sus gustos culinarios, en su miedo al dolor y a que alguien les haga daño, en su deseo de aislamiento, en una infantil crueldad que paga amor con aparente crueldad. La otra componente de la «familia», Olivia, tiene una muy particular visión de su mundo, encerrada siempre en la casa y solo viendo el exterior a través de los minúsculos agujeros que Ted ha hecho en los contrachapados que ciegan las ventanas. La imagen que cada uno de ellos tiene de los demás matiza sus acciones y modifica la percepción que de ellos tiene el lector a cada paso.
En el mundo exterior Dee es una mujer atormentada, incapaz de dejar reposar el pasado, herida de muchas maneras y con su vida detenida en el tiempo, anclada en el momento de la desaparición de su hermana. Y luego está Mami..., pero a ella mejor que la descubra el lector sobre la marcha.
Cada nuevo descubrimiento, cada capa desvelada del enigma, fuerza a reevaluar las conjeturas y a adentrarse en caminos cada vez más tortuosos de la psique humana. Hay mucho horror, pero quizá no venga de donde de inicio pudiera sospecharse. A través de lo que sugiere la autora consigue que lo que el lector imagina y pone de su parte sea quizá incluso más aterrador y angustioso que lo que en realidad está mostrando. Un perfecto juego de claroscuros, de sombras danzantes que ocultan una realidad terrorífica, de recuerdos sesgados que tanto guían como confunden, y una historia en la que la duda sobre la fiabilidad y la mutabilidad de la memoria no son detalles menores en absoluto.
Poco a poco va surgiendo cada pieza del puzzle, de manera dosificada, inteligente y sugerente, hasta completar una imagen escalofriante, pero no por lo que pudiera intuirse de inicio. Esta no es una historia de horror gore o de sustos fáciles en una casa encantada, incluso a pesar de lo siniestro e inquietante que el hogar de Ted resulta. Esta es una historia tan brutal como tierna de personajes dañados y de supervivencia cuando las cosas vienen mal dadas. Un viaje desgarrador, angustioso, emocionalmente duro y triste, del que difícilmente se saldrá indemne, aún con el punto esperanzador con que Ward tiene el acierto de llevarlo a puerto.
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