Emilio Bueso.
Reseña de: Santiago
Gª Soláns.
Salto de página.
Col. Púrpura # 48. Madrid, 2013. 266 páginas.
«El mundo en un puño
y, en el puño, el acelerador».
Toda una filosofía de
vida, toda una declaración de principios con la que se abre de
buenas a primeras la novela. Y es cierto, Bueso aprieta el
acelerador, con suavidad al principio, con mimo, disfrutando del
paisaje, para ir acelerando poco a poco, aunque de forma continua, y
lo suelta más bien poco a lo largo de todo el relato, permitiendo
pocas «zonas de descanso» a sus lectores ―como a sus
protagonistas―. Empieza despacio, con una cadencia de paseo, de
reencuentro con el pasado, anticipando promesas por cumplir; y
paulatinamente la mano se crispa sobre el manillar, acelerando,
acelerando, hasta que ya es imposible detener la máquina narrativa
que ruge entre sus páginas y se abalanza ciega hacia el desastre,
sin más luz que los faros de un par de motos que tan solo iluminan
una pequeña porción de lo que rodea a sus «jinetes» y un cielo
nocturno que se incendia con la aurora boreal. Tras Diástole
y Cenital, ambas ganadoras del premio Celsius,
el autor se embarca en una compleja historia muy difícil de
encasillar: Fantasía oscura, thriller de intriga, terror, western
crepuscular, road-book, humor negro, mordaz y sarcástico,
retorcido romance, ciencia ficción… Una imposible mezcolanza que,
contra lo que pudiera parecer, termina funcionando más que bien.
La Trans-taiga es
una larga y solitaria carretera, de más de seiscientos kilómetros,
que atraviesa el norte de Cánada, justo en el borde último de la
civilización. Desierta y con apenas tráfico es el lugar ideal para
«perderse» en el reencuentro de una antigua pareja de moteros. Él,
Mac, es un mecánico neurótico y con demasiadas
inseguridades, un rockero de la vieja escuela aquejado de todo tipo
de fobias sociales y, por lo tanto, fracasado de la peor manera,
derrotado por sus propios miedos. Ella, Perla, una mujer
casada hastiada de su vida, que ha abandonado a su esposo e hijo y
parece buscar un nuevo despertar en las viejas costumbres. Cabalgando
sus motos, sin más pensamiento que descubrir de nuevo las
sensaciones aparcadas hace ya una década, ambos van a encontrarse,
de forma dolorosa, con mucho más de lo que esperaban… y nada
bueno. Una avioneta que se estrella, unas criaturas cuadrúpedas que
bailan a la luz de una hoguera, un coche funerario que recorre la
carretera en la oscuridad de la noche, un cuarteto de indios cree
que no son lo que quieren aparentar, una pareja de astrónomos, padre
e hijo preadolescente, que se van a ver atrapados en la aventura de
sus vidas, unas extrañas bestias que aúllan ocultas en la
penumbra...
La soledad de los
espacios inmensos y poco poblados, la tundra y la taiga, el cielo
nocturno poblado de miles de estrellas, de esa carretera casi
rectilínea de seiscientos sesenta y seis kilómetros que no termina
de llevar a parte alguna, que acaba en la nada, en un embalse casi
abandonado y poco visitado, es el telón de fondo perfecto para el
cruce de caminos preparado por el autor. Moteros que buscan perderse
y recuperar algo de su juventud, narcos que trafican con materias
peligrosas, agencias secretas y operaciones militares encubiertas,
ingeniería genética, ritos ancestrales de los indios americanos, lluvias de
estrellas que preludian el estallido de violencia salvaje y despiadada...
Y auroras que tiñen todo
el horizonte de bellos colores, pero también de amenazas, como efecto de
unas llamaradas solares y unas tormentas magnéticas que fascinan la
mirada al tiempo que hacen imposibles las comunicaciones. Fuegos
que arden, en efecto, en el cielo, viéndose reflejados en los fuegos
que se van a encender en un suelo poblado de monstruos, de criaturas
ajenas a la razón que, sin embargo, alguien ha sido capaz de imaginar.
Los personajes
principales, Mac y Perla, se encuentran dañados en múltiples maneras. Él de forma harto evidente; ella ocultando secretos.
Ambos con cicatrices interiores que son difíciles de ver, pero que
se permean en todas las facetas de sus vidas. Son perdedores con
renovadas ilusiones, que, sin embargo, cuando por fin piensan haber
dejado atrás la desesperanza son golpeados por la vida donde más
les duele, dejando sus almas desnudas a la intemperie. Perdidos,
huyendo de sí mismos y sin más refugio que volver a su rutina, ven
de pronto que la vida les da una segunda oportunidad ―una última
oportunidad― en forma de recuperar una parte de su pasado. Y Mac se
deja arrastar por el misterio que envuelve a Perla, quien calla más
que dice, que oculta más que muestra y porta cicatrices que no
enseña al mundo. Para él, la posibilidad de la redención pesa más
que todos los miedos, y el sobreponerse a una situación que
claramente le supera y portarse como el héroe que nunca ha sido tal
vez lave los pecados que nunca se ha confesado a sí mismo. O tal vez
tan sólo sea la llamada de una renacida lujuria que creía muerta y
enterrada, la búsqueda de un postrer «polvo» largamente demorado.
Y cuando la posibilidad surge, no es el momento de ponerse a hacer
preguntas; sólo coger la moto y seguir la estela de aquella mujer
que le recuerda a sus mejores años.
La narración se ve
continuamente salpicada de flashbacks que permiten a Bueso
ir construyendo, o justificando, las personalidades de sus
protagonistas. Una estructura construida sobre capítulos cortos,
como una ametralladora disparando sus ráfagas, rápidas, fugaces,
intensas… Los encuentros ―y desencuentros― se suceden; las
amenazas surgen a cada paso, frustrando los mejores planes; la
violencia estalla y nadie se encuentra a salvo.
El autor, escudándose
quizá en el propio exceso del relato, no hace juegos, sino
malabarismos con palabras, sacándose de la manga las más
disparatadas y brutales imágenes que, sin embargo, dan paso de
pronto a una desgarrada poesía. Metáforas e imágenes viscerales,
poderosas, llenas de mala leche y de ironía. Escenas grandiosas,
llenas de implacable lirismo que de pronto se enfrentan a un lenguaje
soez y a las más bajas pasiones de los seres humanos. Como la vida
misma.
Bueso hace gala de un
lenguaje ―y una prosa, por ende― áspero, duro, descarnado,
barriobajero, vulgar y desabrido en ocasiones, seco y frío, que tan
bien retrata a sus usuarios, a sus personajes y al escenario en que
se ven obligados a desenvolverse. Una pena que, junto a la enorme
batería de referencias a la cultura popular, a series, películas y
libros emblemáticos, en ocasiones se le cuelen expresiones demasiado
«nuestras», demasiado del acervo español para el escenario en que
se desarrolla la acción ―como poner a alguien «mirando a Cuenca»,
con todas sus connotaciones, desde la taiga canadiense―.
Igualmente, La amenaza fantasma fue estrenada en 1999,
por lo que se antoja un tanto difícil que uno de los protagonistas
llevase en el instituto una camiseta con una imagen de Jar Jar
Binks estampada y en el presente de la narración ―que, si
nadie me corrige, parece ser también nuestro presente― se encuentre en la
situación personal, familiar y laboral en la que se encuentra, a no
ser que se haya dado mucha, mucha prisa en todo, algo que se
contradice con la personalidad con la que es descrito.
Conforme se acerca el
final, es cierto que las casualidades se van acumulando, y el lector
se ve obligado a aceptarlas para que la historia, ya super acelerada,
no le deje atrás. Cuando las piezas deben ir encajando y las
distintas tramas confluyendo, la presencia del casi anunciado deux
ex machina es demasiado palpable y evidente, pero no resta
emoción al drama, antes bien, como una parte más del juego
literario del autor, sirve como refuerzo de la terrible ironía de lo
que se está viviendo, como si de un destino escrito en piedra se
tratara..
Esta noche arderá el
cielo es pura aventura, pero no oculta una cínica reflexión
sobre la identidad que cada individuo se forja para sí mismo. No
cómo le ven los demás, sino cómo quiere ser visto. Es también una
denuncia de la ciencia desatada y sin controles. De la soledad a la
que el mundo condena a los diferentes por el mero hecho de serlo. De
miedos y fobias a la propia existencia. Del inmisericorde paso del
tiempo que tritura las más ancestrales tradiciones... La novela es
todo un «batiburrillo» de temas enfrentados que, no obstante, se
unen sin fisuras y funcionan juntos a las mil maravillas. Una
historia que comienza de forma casi íntima y termina en medio de
explosiones, tanto externas como internas. Una lectura que puede
doler, puede desagradar, puede emocionar, pero que no deja
indiferente. Y es que cuando el cielo arde es fácil resultar
quemado...
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