martes, 9 de marzo de 2021

Reseña. Memorias de hielo

Memorias de Hielo.
Malaz: el libro de los caídos 3.

Steven Erikson.

Reseña de: Santiago Gª Soláns.

Nova. Barcelona, 2018. Título original: Memories of Ice. Traducción: Marta García Martínez. Revisión de la traducción: Alexander Páez. Ilustración de cubierta: J.K. Drummond. 1180 páginas.

[Esta reseña es una versión revisada y corregida de la subida a Sagacomic el 26 de enero de 2011 correspondiente a la lectura de la edición de La Factoría].

El autor está construyendo con Malaz una obra monumental, épica, en la que en este volumen, por fin, se empiezan a vislumbrar más luces que sombras, ya que aquí se aclaran ―en parte― el trasfondo, las relaciones y buena parte de la Historia detrás de la historia inmediata que se está narrando. Se empiezan a vislumbrar las razones de la enemistad de distintas razas, como las causas para la eterna guerra entre Jaghut y T’lan Imass, o las relaciones de odio entre Moranthianos y Barghastianos, el destino trágico de los Tiste Andii, la pujanza de los humanos mortales… La acción principal de Memorias de Hielo discurre paralelamente a la de Las puertas de la Casa de la Muerte, haciendo puntuales referencias a los sucesos de aquella y desvelando algunas de las claves de hechos allí intuidos y aquí explicados. Un viaje de batalla en batalla hacia la ciudad de Coral, donde el Vidente del Dominio Painita espera para desatar todas sus malas artes. Un camino lleno de obstáculos, de combates, de lealtad puesta a prueba, de intrigas y maquinaciones, de heroísmo y épica en grados superlativos.

Tras los sucesos de Los jardines de la luna, una importante parte del ejército malazano que se encontraba de campaña en Genabackis bajo el mando del puño supremo Dujek Unbrazo ha sido declarada en rebeldía por la emperatriz Laseen. Una circunstancia que llega justo a tiempo para establecer una inestable alianza con sus antiguos enemigos Caladan Brood y Anomander Rake y sus huestes, y poder enfrentarse así conjuntamente a la enorme amenaza del pujante y sanguinario Dominio Painita. Pero, como deja bien claro el prólogo de la novela, esta es una guerra que lleva en marcha más de 300.000 años, un enfrentamiento que involucra a gran cantidad de razas y dioses, y cuyos ecos se trasmiten a través de las eras. Una guerra de raíces míticas en la que se verán envueltos los Abrasapuentes liderados por el capitán Ganoes Paran ―quien va a descubrir que sin desearlo han cargado sobre sus hombros una pesada e inesperada misión―, junto a un buen número de tropas exóticas cuyos líderes siempre tienen un plan propio dentro de los planes generales.

Se agradece, y mucho, que una escritura o traducción más claras ―o el simple hecho de que el lector se vaya acostumbrando a la forma de narrar de Erikson― propicien que la fluidez del relato sea mucho mayor que en las entregas anteriores, haciendo más fácil y agradable de seguir las diferentes tramas, a pesar de todos los vericuetos en que se ven continuamente inmersas. Se adquiere una idea mucho más clara de lo que son las sendas mágicas ―aunque su uso siga siendo bastante críptico, variando mucho de una a otra―, de la baraja de dragones y los ascendientes, de las Casas, de las deidades y sus relaciones con sus seguidores... Y por encima de todo se asiste al relato de unos enfrentamientos épicos que van a llevar al límite a los protagonistas, haciéndoles dar incluso más de lo que ellos mismos pensaban que tenían. Envuelve el autor la idea de la guerra con toda su cruel repulsión y brutalidad, sembrándola de muertes, mezclando el heroísmo y el sacrificio con la más depravada deshumanización de los que han perdido toda esperanza. El honor, el coraje y la amistad se verán duramente puestas a prueba por la ambición y la traición, forjando lazos indestructibles y muy extrañas amistades. La desesperada defensa de Capustan o el asedio de la ciudad de Coral adquieren unas dimensiones míticas, de auténtica epopeya, llenas de dramatismo y tragedia, al tiempo que Erikson no duda en rebajar en los debidos momentos la tensión con un humor muchas veces ciertamente negro, a cargo de alguno de personajes como la cabo Rapiña y Mezcla de los Abrasapuentes, del genial Kruppe y sus monólogos enrevesados, o de dos nigromantes que no se sabe demasiado bien qué pintan allí salvo para dar el toque de comedia a una situación donde parecería que no tenía cabida.

Erikson
dota a la acción de una portentosa imaginería visual, poblando el relato de poderosas y llamativas imágenes, escenas de gran fuerza descriptiva, viscerales o poéticas según requiera la ocasión. El desafío del autor es enorme, cubriendo su historia de tantas capas como las que se ocultan unos «aliados» a otros, abriendo multitud de líneas sin perder ninguna de vista, mostrando el coste de la pérdida y de la redención, de un simple gesto de generosidad que puede cambiar el curso de la Historia; el precio del amor y del sacrificio desinteresado, o la simple compasión; el profundo cansancio que causan la política y los combates en las gentes honradas; el horror de los fanatismos y los abismos morales a los que pueden condenar a las personas, la barbarie que despiertan, la crueldad de quienes solo ven en los demás juguetes para jugar con ellos a su placer; los extremos a los que puede llevar la tiranía sin cortapisas, todopoderosa; el valor imperecedero de la auténtica amistad, entregada sin esperar nada a cambio, y el de una simple palabra de aprecio; el coraje, el honor, la lealtad, la traición… Y para ello crea un mundo plagado de detalles, de ruinas de civilizaciones antiguas, de historias y leyendas olvidadas, de ciudades arrasadas, y de enemistades cuya razón se esconde en la antigüedad de los anales de ciertas razas inmortales.

Resulta llamativa la habilidad de Erikson para conectar emocionalmente al lector con sus personajes en una «carrera armamentística» donde a un guerrero poderoso debe responder la presencia de otro que lo es todavía más, a un mago imparable otro superior, a un demonio aterrador una criatura más cruel, a una raza inmortal otra más antigua e invencible…, resultando la mayoría de los protagonistas, no obstante, de lo más humano, tanto en sus anhelos como en sus acciones. Mención especial se llevan los Abrasapuentes, que roban el corazón cada vez que aparecen.

Reaparecen viejos conocidos, como una «renacida» Velajada ―y no viene sola―, Whiskeyjack, Kruppe, Ben el Rápido y otros tantos personajes de Los jardines de la luna, junto con otros que aparecen por primera vez y adquieren un singular protagonismo. Los miembros de las Espadas Grises, unos «mercenarios» muy especiales, consagrados al dios Fener, con Brukhalian a la cabeza e Itkovian a su lado. El capitán de caravanas Rezongo destinado a cumplir un papel que nunca ha deseado ni pedido, juguete de los poderes ascendentes de un nuevo dios renacido. Y entre nuevos y viejos, con mayor o menor protagonismo, Anomander Rake y su lugarteniente Korlat, y Zorraplateada, y Kallor, y Coll y Murillio, viejos conocidos de Darujhistan, y los Abrasapuentes, cada cual con sus propias y maravillosas peculiaridades, y Toc el Joven, y Lady Envidia acompañada de un lobo y un perro enormes, y la extraña pareja conformada por Bauchelain y su compañero Korbal Espita, y su sirviente Emancipor Reese, y Arpía y sus grandes cuervos, y los Irregulares de Mott y sus numerosos mariscales, y... Tantos que es sorprendente cómo el autor los mantiene a todos en movimiento sin que ninguno «tropiece» y se caiga de la escena.

Entre tantos detalles, personajes que entran y salen continuamente, datos que se ofrecen en medio de una conversación aparentemente trivial, menciones a hechos narrados apenas de pasada en los anteriores libros…, el lector no puede, o no debe, distraerse en ningún momento. Hay que estar atento a todo lo que sucede. No es éste un libro para leer «a ratos perdidos», sino que requiere un esfuerzo continuado, una tranquilidad que permita sumergirse en la lectura con calma y la atención dispuesta para no perderse nada. Las más de mil páginas requieren del lector un esfuerzo extra de concentración para no perder el hilo ni olvidar el quién es quién imprescindible para seguir la acción. Cabe decir que Erikson hace un fabuloso trabajo para dotar a cada protagonista de su propia personalidad y rasgos distintivos como para que no resulten en ningún momento confusos entre sí, pero su gran número y la dispersión a la que se ven abocados hace de su atento seguimiento una cuestión de vital importancia. El modo de narrar del autor, críptico y hermético en ocasiones, escondiendo muchos detalles para revelarlos mucho después —o incluso en otros libros— también añade una capa de complicación con la que lidiar y que hace que muy posiblemente tan solo en una relectura se aprecie el trabajo de encaje de toda la serie.

Ilustración de J.K. Drummond
Responde, por fin, unas cuantas de las cuestiones que quedaban en el aire en los dos anteriores volúmenes, retomando muchos hilos del primero. Por fin, desde que empezara la serie, el lector obtiene aquí más respuestas que preguntas —aunque de estas también plantea unas cuantas— y aparece una visión más diáfana del mundo en que se desenvuelve toda la acción, del trasfondo, de la estructura general de la serie y de las causas que han llevado al actual estado de las cosas. Cabe decir, además, que a pesar de formar parte de una serie, el libro se sostiene por sí solo; aunque sea imprescindible haber leído Los jardines de la luna para captar todos los detalles y requiebros, lo cierto es que Memorias de Hielo tiene una estructura formal de presentación, nudo y desenlace, con un final cerrado a pesar de anunciar futuras aventuras ―y hay que recordar que quedan siete libros todavía―.

Y sí, tiene por supuesto sus defectos. Hay personajes, como Bauchelain y su compañero Korbal Espita, muy interesantes, cierto, pero que apenas suman realmente nada a la trama general de «esta» novela, más allá de su aporte como desahogo cómico de las tensas situaciones en que constantemente se encuentra la historia; o el guía de caravanas Buke, cuya presencia parece responder tan solo a marcar el territorio a tan peculiares hechiceros. Quizá el autor tan solo quería introducirlos como presentación para las varias novelas cortas independientes ya publicadas protagonizadas por la pareja, pero, aunque no es que sobren en absoluto ―son interesantes y divertidos―, sus intervenciones podrían haber sido extirpadas sin ningún problema del libro sin resentir ninguna de las tramas, y se antoja que en este contexto quizá solo sirven como distracción de la línea principal y para aumentar el número de páginas de un libro que ya de por sí habría sido voluminoso sin estos «añadidos». Y, sin embargo, a la pregunta de si sobrarían páginas la respuesta no puede evitar ser algo ambigua. Quizá no aporten respuestas o hagan avanzar la trama, pero son un gozo de leer.

Erikson sale triunfante de la titánica tarea de mantener en marcha semejante cantidad de tramas y personajes, sin dejarse ninguna atrás en un crescendo de emoción, luchas y épica, manteniendo el interés en todas ellas y llevándolas a su conjunción de una forma asombrosa y explosiva. Y aún se atreve a cerrarlo todo con un maravilloso epílogo que muestra que la historia de proporciones homéricas que se nos está narrando es mucho más que las partes individuales mostradas en cada libro, que todo está relacionado y que los anales épicos del Imperio de Malaz, y del mundo en que se extiende, tienen mucho todavía que decirnos. Cuando el lector cierra Memorias de Hielo, cuando el drama ha terminado por esta ocasión, le queda meridianamente claro el porqué la serie se llama «El libro de los caídos»... Y es que alguien tiene que llevar la cuenta.

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